miércoles, 18 de octubre de 2017

Claudio Magris: No ha lugar a proceder

Resultado de imagen de no ha lugar a proceder amazonIdioma original: italiano
Título original: Non luogo a procedere
Año de publicación: 2015
Valoración: Muy recomendable



No ha lugar a proceder nunca podrá ocultar su autoría. No solo por la particular forma de entender la literatura de Magris, sino porque así lo evidencian su enorme erudición, esos fantasmas tan suyos (Trieste, la historia entendida como apoyo de ideas o la conflictiva convivencia entre los pueblos) y las huellas de una dilatada trayectoria ensayística.
A la ciudad donde nació le dedicó un ensayo hace una década, las vicisitudes del panorama europeo se encuentran descritas –a su modo– en el magnífico El Danubio. A pesar de su talante, conciliador y contrario a totalitarismos, el autor no pierde de vista la complejidad del tablero de ajedrez en que vivimos. Por eso, la gran pregunta que, entiendo, plantea esta novela, a saber, ¿es posible erradicar la violencia? se responde implícitamente, como no podría ser de otro modo, sin ingenuidad aunque con un atisbo de esperanza.
Esta es una forma de narrar que me atrae particularmente, pero intentaré no dejarme llevar por el entusiasmo, o no mucho, para no confundir –y esto es un aviso a caminantes– a los partidarios de un relato más convencional. Se la clasifica como novela porque en ella aparecen personajes ficticios que actúan y sobre los que actúan las circunstancias, pero son más bien estas: la historia, la geografía, la política, incluso el azar quienes van dejando su huella en ellos. De ahí esa indefinición de los personajes, que casi podríamos ser cualquiera, y ese empeño en situarlos dentro de un marco tan amplio como sea posible. Con esto, Magris traslada a los lectores su personal concepto del mundo, nos resume su pensamiento actual –tras tantos años de vida, lecturas, viajes, escritura, y curiosidad por el ser humano– utilizando lo que se ha denominado género híbrido, en realidad una mezcla de géneros, que en este caso abarcaría la narración, el ensayo y la historia. Un texto que, siguiendo una tendencia ya poco novedosa pero todavía muy actual y muy en sintonía con los objetivos del autor y con su forma de entender la literatura, apuesta por el relato fragmentario (a base de anotaciones, datos, frases, retazos de la historia), por personajes con rol pero sin rostro –excepto los dos principales–, por alternar tiempo y espacios, por la divagación, la acumulación de datos, las enumeraciones y todo lo que pueda dar consistencia a eso que quiere transmitir y que, al no hacerse de forma explícita sino, como los impresionistas, mediante pinceladas conceptuales, el lector tendrá que recomponer extrayendo sus propias conclusiones.
La prosa –impecablemente traducida por Pilar González Rodríguez– es rápida, nerviosa, en zigzag, para poder cambiar sin previo aviso de escenario, personaje o época.
No creo que me equivoque si afirmo que se trata de una sátira del comportamiento humano. Y, como todas las sátiras, parte de una situación, absurda en principio, pero real en este caso, aunque solo como punto de partida: alguien, un paisano del autor, anuncia en la prensa de 1963 la compraventa de material bélico con el propósito de exponerlo en una especie de museo de los horrores que serviría de mensaje antibelicista. Tal como aclara Magris en su nota final –y la necesidad de este mensaje aclaratorio es lo único que, en mi opinión, desentona en el conjunto–, todo el resto de la trama, así como los rasgos de los personajes y los datos de todo tipo que incluye, le pertenecen por completo.
El triestino que dedicó su vida a una misión de esa envergadura tiene nombre y apellidos, no así el protagonista de la novela, por cierto, fallecido ya desde el inicio en un supuesto incendio del local que iba a alojar su proyecto. El lector se enfrenta, pues, a los pensamientos y recuerdos de la encargada de continuarlo, Luisa Brooks, doctora, antigua alumna del personaje principal e hija de la desolación nazi, con una historia a sus espaldas de culpas y silencios, que repasa anécdotas de su familia o la vida de una tal Luisa de Navarrete –secuestrada por indígenas, fugada años más tarde, delatora a la fuerza– cuyo nombre se le impuso con la idea de honrar su memoria, y describe los elementos que se van incorporando al museo, su disposición y recursos didácticos, la misantropía de su mentor, la vida casi monacal que llevaba, su organizado y altruista síndrome de Diógenes. Y para compactar esa mezcla salpicada de metáforas y símbolos, el telón de fondo del nazismo, sus mandamases–comparados en algún momento a los cactus– convertidos muchos de ellos en ciudadanos respetables a la llegada de la paz gracias a un puñado de cómplices. Además, un escenario fundamental, la ciudad natal del autor, tierra de tránsito y miscelánea de culturas, que albergó en la Risiera de San Sabba el único campo de concentración de Italia, en cuyas paredes se grabaron nombres que alguien borraría más tarde dejando a los culpables impunes.


También de Claudio Magris: El Conde y otros relatos, El infinito viajar

8 comentarios:

Interlunio dijo...

Este año, el Nobel, volvió a perderse un Magris.

Montuenga dijo...

Efectivamente. En mi opinión es el ganador, aunque no se lo reconozcan.

Gabriel Diz dijo...

Ishiguro no esta tan mal....podría haber sido Murakami! ;)

Montuenga dijo...

Ishiguro está bien, pero si supone aparcar a Magris me parece injusto.

Anónimo dijo...

Tengo El Danubio en la estantería y me da una pereza infinita. Letra muy apretada y xontinuas referencias. Merece la pena el esfuerzo. Saludos!!

Montuenga dijo...

Pues, como siempre pero sobre todo en casos así, depende mucho de gustos. A mí me la mereció (hace ya tiempo), pero no es un libro fácil: su prosa es torrencial, mezcla continuamente asuntos y, como todo ensayo literario aborda la realidad a su manera.
Yo en su día estuve hojeándólo, lo vi claro y acabé pasando por caja.

Miriam dijo...

Yo lo estoy intentando leer (El Danubio) y, aunque he de reconocer que el señor Magris es un erudito de los pies a la cabeza, a mí se me hace tan duro como conducir con ruedas cuadradas (perdón por el chiste malo). Me parece muy mucho que no está hecho para leerlo yendo y viniendo en tren, o rodeado de gente... Quizá cuando pueda disponer de varias horas al día para encerrarme lo aborde. Pero ahora mismo, lamentablemente, no.

Montuenga dijo...

Hola Miriam. Te entiendo, a mí me gustó mucho El Danubio pero reconozco que hay que echarle ganas. Desde luego, las condiciones que dices no son las adecuadas para el nivel de concentración que exige Magris. Pero tanto como abandonarlo... no sé... corres el riesgo de no retomarlo más.
Una solución intermedia sería leerlo a ratos perdidos, esos ratos tranquilos que no abundan. Y al tren llevarte algo más ligero.
Es sólo una idea, pero si finalmente te reconcilias con él y quieres contarlo, aquí estaremos.