lunes, 4 de diciembre de 2017

Vincent van Gogh: Cartas a Théo


Idioma original de las cartas: Van Gogh escribía en holandés al principio, y cuando residió en Francia pasó al francés. En ocasiones intercalaba expresiones en inglés
Selección y traducción de las cartas: Instituto del Libro Cubano 
Año de publicación de la recopilación: 1994
Valoración de la recopilación: Recomendable para interesados 

 No suelo intervenir en los libros que leo, aunque sean míos. Entiendo esa urgencia que impele a muchos a subrayar o escribir, a menudo la comparto, pero una suerte de temor reverencial me impide perpetrar lo que para mí sería un sacrilegio. Sin embargo, con Cartas a Théo, de Vincent van Gogh, no pude resistirme; probablemente sea el primer desliz en más de una década. Las frases de este señor están tan llenas de inteligencia y pasión que tuve que señalarlas. Debo decir que, sorprendentemente, no siento remordimientos por ello (es más, esta intervención en el libro ha resultado catártica). 

 De alguna manera, el saber que cuando revisite a esta maravillosa obra voy a ser capaz de ver las huellas dejadas por mi anterior impresión, de contrastar ambas lecturas y hacer dialogar a dos diferentes yoes gracias a ello, no tiene precio. Porque si algo tengo claro es que no voy a leer lo mismo por más veces que regrese a esta pequeña maravilla. Van Gogh aborda infinidad de temas con una sensibilidad y una cultura increíbles en la correspondencia que mandó a su hermano Théo y que por fortuna (literalmente) ha sobrevivido hasta llegar a nuestros días. Las cartas presentes en esta edición han sido seleccionadas por El Instituto Cubano del Libro (igual que las cuarenta ilustraciones que las acompañan) y se presentan ordenadas de forma cronológica.  

 El pintor habla en ellas sin restricciones, haciendo gala de la confianza y amistad que le unía a su hermano. Habla sobre sus peripecias vitales, los pormenores de su existencia, sus forcejeos con el hambre y la soledad, con el amor y su exigencia artística. Mendiga a Théo, despotrica de la enseñanza del arte, alaba la magia de Arles o a los grandes maestros. Mientras leemos, asistimos maravillados a su evolución como persona, donde sus facetas como pintor, espectador de museos, paisajes y campesinos, admirador de Millet y Rembrandt (“el mago”) se van superponiendo las unas a las otras. Presenciamos sus cambios de humor, su humilde visión de su propia obra, su entusiasmo ante la próxima llegada de Gaugin a la conocida como casa amarilla, y la frialdad con la que habla del tema tras su marcha… 

 Van Gogh escribía bien, con oficio y maestría, y es por eso que logra cautivarnos hable de temas culturales (era, a su manera, un lúcido lector y analista artístico) o le describa la vegetación a su hermano. A un lector medio, esto tengo que avisarlo, hay algunos pasajes que quizás se le hagan pesados. Esos en que las referencias y alusiones, no ya a obras literarias, si no que a pintores célebres pero más oscuros para el público general, son constantes; o esas donde explica aspectos más técnicos sobre la pintura, como la elaboración de los colores; incluso aquellos en que hace lo que en la contracubierta llaman “una confesión de estética”. No obstante, este tipo de información no relega el libro al disfrute exclusivo de los especialistas: está en pequeñas dosis, y hay que tener en cuenta que rara vez se nos presentan este tipo de temas ininterrumpidamente por varias páginas, de modo que el resto de contenido, más asequible, compensará sobremanera esas partes que puedan parecer intimidatorias para algunos. 

 De tanto en tanto el texto está salpicado con sus dibujos, esos que apretaba entre su nerviosa caligrafía mientras redactaba las cartas. Las imágenes, en blanco y negro, tienen una calidad aceptable. Han sido seleccionadas con criterio, como representativas de los temas expuestos en los párrafos que acompañan. Desgraciadamente no hay muchas, solamente cuarenta, aunque debo ser honesto y reconocer que el doble tampoco hubieran sido suficientes para mí. Lástima que no se hayan incluido otras con registros gráficos y pictóricos más variados, pero entiendo que algunas de estas habrían tenido que imprimirse a color, y probablemente la editorial tenía un presupuesto ajustado. 

 Publicar solamente los dibujos que esta selección ha determinado puede dar la impresión de que todos los de las cartas fueron hechos con tinta china negra, pero no es así, pues Van Gogh también llegó a usar mucho la de color sepia. Incluso trató a algunas cartas policromáticamente, con acuarelas o toques de témepera. En fin, que tampoco esperaba hallar estos dibujos plasmados de forma perfecta en un libro sobre las cartas. Para eso voy a Amsterdam. Lo que el libro ofrece con verdadera gracia es la palabra, no la imagen. Aunque la palabra caligrafiada de Van Gogh también es una imagen en sí misma, cosa que también se pierde en este... Mejor paro.  

 El grosor de esta edición de Cartas a Théo es considerable, dado que contiene una nada desdeñable cantidad de misivas. No obstante, se extingue con implacable rapidez. Cuando ya estamos por llegar a las últimas páginas del libro, nos angustia terminar. Quizás tememos que su fin sea abrupto, injusto, irrevocable en cierto sentido. Como un disparo reverberando en un campo de trigo. Pero no nos preocupemos, porque, como he dicho antes, el libro no nos abandona y podremos acudir a él las veces que deseemos. 

 Ésta no será la compilación más perfecta de todas las publicadas (probablemente no exista tal cosa, ¿cómo adaptar con justicia esas maravillosas cartas?), pero tiene muchos aciertos. Algunos, donde otras fallaron. Por ejemplo, es de las más minuciosas en su intención de abarcar cuestiones artísticas sin por ello olvidar a un público más general. Este afán de inclusividad se agradece sobremanera. Otro punto a favor de estas Cartas a Théo es, a mi juicio, la exhaustiva visión global que dan del periodo que tratan, en vez de quedarse en los neblinosos tanteos de otras compilaciones. Pero bueno, su mayor virtud es la de acercar la figura de este genio y su imprescindible testimonio a una sociedad que a veces parece estar olvidándolo... O, en el peor de los casos, apreciándolo a un nivel ofensivamente superficial. 

6 comentarios:

Carlos Andia dijo...

Muy interesante el libro y la reseña, Oriol, enhorabuena.

Marcela dijo...

Hola! Éste libro ha de ser una joya! ¡ A buscarlo y conseguirlo! Yo tengo el libro sencillo “ Cartas desde la locura” y lo voy a releer porque tu reseña lo antoja.
Por cierto, ya está la película “ Cartas a Theo” en el Cine.
Saludos

Oriol dijo...

Hola a los dos y disculpad la demora.
Me alegra que la reseña te haya gustado, Carlos. Gracias por el comentario.
En cuanto a ti, Marcela, te animo a conseguir este libro sin falta. Lo cierto es que el que tú mencionas no me suena. Y aunque suelo eludir todo el material que parece mitificar algún aspecto de un artista (ya sabes, su locura, su excentricidad), porque esa clase de productos se me antojan demasiado sensacionalistas, en el caso de Van Gogh sí que es cierto que sus, digamos, problemas, tenían una gran influencia en su obra y en su modo de ver el mundo. Gracias también a ti por el comentario, por cierto.

Marcela dijo...

Hola Oriol. El libro se trata sobre las cartas que Vincent Van Gogh le escribe a Theo su hermano. Han de ser las mismas cartas, pero sin ningún dibujo incluido.
A continuación te mando el dato.
“Título original: Cartas desde la locura
Vincent van Gogh, 1890
Traducción: Claudia Schvartz”

Saludos,

miasto tekstu dijo...

Great book, I love to come back to it.

Anónimo dijo...

Hola Oriol. Qué opinas de esto ? Creo que es muy importante. Saludos.https://www.facebook.com/profile.php?id=100083303183386